miércoles, 27 de noviembre de 2013

Progreso adecuadamente

Semana 5
Peso: 159,5

Tras comprobar la semana anterior que la dieta efectivamente funcionaba, tocaba pasar la reválida, y cerciorarme que aquellos resultados no habían sido flor de un día. Esta vez acudí con paso firme a la farmacia, convencido de que seguían desapareciendo kilos de mi cuerpo. No en vano, cada vez más conocidos me paraban por la calle para decirme el cambio que estaba pegando. Y no me equivocaba: mi peso se había reducido en 2.000 gramos, y lo que más ilusión me hizo, había cambiado de decena. Ya no pesaba ciento sesentaytantos, sino ciento cincuentaytantos. Cualquier chorrada de este tipo es un chute de autoestima considerable.

Poco a poco iba incrementando la distancia de mis paseos matutinos, y decidí además no hacer descanso los domingos como tenía por costumbre, y conseguir así no relajarme en el intento. Todos los días, hiciera sol o lloviese, salía a caminar mínimo una hora, uno de los pocos ejercicios físicos que me puedo permitir con mis carnes todavía ostentosas. Y lo mejor de todo era que ya no me daba pereza salir como al principio. El ver que las caminatas, unidas a la dieta estaban dando resultados me animaban a ir cada día un poco más allá, a no desfallecer y a establecerme nuevas metas.

Semana 6
Peso: 157,3


Se había cumplido un mes desde que comencé la dieta, y los resultados no podían ser mejores. Tras mi nuevo paso por la báscula, mi peso se había reducido otros 2,200 kg., por lo que, si los cálculos que hicimos entre médico, enfermera y yo mismo de lo perdido las dos semanas y media primeras que no me pesé eran más o menos reales, a estas alturas de la película había perdido ya entre 15 y 17 kilos. Que se dice pronto.

La dieta iba variando cada semana, lo cual hacía más llevadera la misma. En este punto pude volver a comer pasta, aunque únicamente aliñada con aceite y ajo, pero que tras tanto tiempo sin comerla, me supo mejor que la carbonara más jugosa. De hecho, había veces que acababa totalmente saciado, no apeteciéndome comer la manzana o el yogur de postre. El tema de las cinco comidas diarias tampoco lo llevaba demasiado a rajatabla, pero no por desidia, sino por despiste. A veces olvidaba almorzar o merendar, o la pieza de fruta que me recomendaron comer antes de las comidas principales. Estaba comiendo en cantidad casi más que antes de empezar la dieta!

El tema de la cerveza estaba totalmente superado...al menos en casa. Intentaba ceñirme a las dos cañas semanales permitidas, pero en ocasiones caía una tercera. Y es que sigo siendo caldo de cultivo para las tentaciones, pero siempre que esto ocurría, trataba de compensarlo cenando más ligero, y aumentando el ritmo a la mañana siguiente en el paseo. Al fin y al cabo, mi peso seguía menguando.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Comprobando mis avances en la báscula

Semana 4
Peso: 161,5 kg.

Cuando llevas mucho tiempo sin pasar por la báscula, es terrible la sensación de incertidumbre que te entra ante el resultado que vayas a obtener. Pero lo es mucho más cuando estás haciendo régimen y te pesas una semana después. Todas las dudas del mundo asaltan tu cabeza antes de poner el pie en el peso...¿y si ahora va y no he perdido nada? ¿y si he engordado?. Es una inseguridad que va innata en mi forma de ser. Afortunadamente, mis dudas se disiparon cuando vi de reojo la nueva cifra: había perdido dos kilos y medio!!

El subidón fue brutal, la euforia se apoderó de mi ser. Vale que era obvio que estaba adelgazando, a las fotos y al espejo me remito, así como a las medidas de contorno que sí que realicé desde el primer momento, pero no es hasta cuando ves el resultado de la báscula cuando realmente te das cuenta de lo que estás consiguiendo. No pude por menos que decirlo en voz alta en medio de la farmacia, la cual afortunadamente en ese momento se encontraba sin público, y pocos segundos después estaba presumiendo de ello en el Facebook.


Esa semana tuve además otra buena noticia procedente de mi amiga Rita, mi médico favorita (estoy de un poeta últimamente que no veas). Por fin, tras 25 días sin probar una sola gota de alcohol, me daba un día de fiesta y podía tomarme por fin un par de cervezas! Me hizo tanta ilusión que hasta le saqué una foto a la primera de ellas. Se que este comentario puede sonar a alcohólico redomado, pero va mucho más allá. Para mí significó un primer paso de vuelta a la vida normal, por unas horas no tuve que machacarme la cabeza pensando en que todos mis amigos disfrutaban de una ceveza mientras yo sostenía un soso e insípido botellín de agua. Fue como si las aguas comenzaran a volver a su cauce, y además, una prueba de fuego, porque, pasada la fiesta, al día siguiente debería volver a la rutina de la dieta, como así hice sin sobresalto alguno.

Las cosas marchaban viento en popa. Tras casi un mes a dieta, seguía sin desfallecer, sin fallar ni un solo día a mi paseo matutino, que cada vez se hacía un poquito más extenso. Mi ropa empezaba a sobrarme por todas partes, a mi cinturón ya no le quedaban agujeros...sabía que estaba en el buen camino.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El (fantástico) apoyo de las redes sociales

Cuando comencé esta aventura, lo único que tenía claro era que, por mí solo, nunca lo iba a conseguir. Los que me conocéis sabéis de mi tendencia a la pereza, a la desidia....en mi vida he empezado muchas cosas, pero he terminado muy pocas. Pero en este caso sabía que no podía fallar. Lo fácil hubiera sido realizar este camino en solitario, sin decir nada a nadie, si saliera bien, fantástico, y si no, pues que salga el sol por Antequera. Pero decidí tomar el camino difícil por una vez en mi vida, convirtiendo mi compromiso conmigo mismo en un compromiso colectivo. Decepcionarte a tí mismo es pasajero, hacerlo con decenas de personas es bastante menos llevadero.



Por ello, recurrí a las denostadas redes sociales para comprometerme públicamente, para que no cayera en saco roto este deseo de adelgazar, para aglutinar toda la fuerza posible de amigos e incluso de desconocidos, que me impulsaran a no desfallecer en el intento. Y comencé a publicar mis avances en Facebook y Twitter, y la respuesta no pudo ser más fantástica. Decenas de "me gusta", decenas de comentarios de aliento, decenas de palabras llenas de cariño por parte de la gente que te quiere...la respuesta fue increíble, y supuso un chute de autoestima del que salí totalmente reconfortado y con fuerzas suficientes para no fallar.

Como complemento a ello decidí crear este blog, idea que me rondaba la cabeza desde un principio, pero que tuvo que ser Rocío, mi enfermera favorita, la que me diera el empujón definitivo. Perdí finalmente la vergüenza y el pudor, y me lancé a esta aventura de contar mis peripecias, con la sana intención de poder servir de ayuda a otras personas que pudieran encontrarse en mi misma situación se beneficiaran de mi experiencia, y, sobre todo, demostrar al mundo que si yo puedo, un vago redomado por donde los haya, cualquiera puede.

Me encantaría personalizar mis agradecimientos, pero correría el riesgo de dejarme a alguno, así que sólo me queda por decir GRACIAS, gracias de corazón por vuestro inestimable apoyo, a todos y cada uno de los que me habéis dejado vuestros comentarios, vuestro ánimo, vuestra energía. Os garantizo que sin todo ello, este camino sería imposible de recorrer. Os quiero mucho.

martes, 19 de noviembre de 2013

Los resultados comienzan a ser notables

A la izquierda, el 25 de septiembre. A la derecha, el 15 de octubre.
Semana 3
Peso: 164 kg.

Lo reconozco: me daba pánico pesarme. Tenía en mente al cocinero David de Jorge, Robin Food, y sus 267 kilos, y aunque ciertamente se le veía mucho más orondo que a mí, y contando con que no me subía a una báscula desde que pesaba 75 kilos, el miedo a una cifra escandalosa de kilos me rondaba la cabeza.

Pero finalmente hice de tripas corazón, y al pasar por una farmacia entré sin pensármelo dos veces. No quería ni mirar a la pantallita en la que aparecía mi peso, pero al final, tuve una cierta sensación de alivio al conocer que "solo" pesaba 164 kilos. Que sí, que por supuesto que es una auténtica burrada, pero cuando crees que estás rondando la segunda centena se hace más llevadero. Claro que para bien que me decidí a pasar por la báscula, ya habían pasado dos semanas largas, en las cuales había perdido ya 9 cm. de cadera y 7 de cintura, por lo que 10 o 12 kilitos más no me los quitaba nadie antes de comenzar la dieta, como puede apreciarse en la foto.

El régimen se volvió menos severo, y mi abanico de alimentos se amplió, incluyendo algunos que ya tenía olvidados, como el arroz, el cual pude comer un día con huevo y tomate, lo cual fue toda una fiesta para mí. Seguía sin probar una gota de alcohol, lo cual me venía bien en todos los sentidos. Ciertamente la palabra alcoholismo me rondaba la cabeza, pero comprobé que puedo ser capaz de volverme abstemio por una buena causa, y esta desde luego lo merecía. Un refresco zero de vez en cuando engañaba a mi paladar, en esos momentos en los que hubiera abierto una lata de medio litro de cerveza.

Las salidas con amigos se hicieron más llevaderas. Seguía deseando acompañarles y pedir lo mismo que ellos, pero la sensación de ansiedad de semanas anteriores se había disipado bastante. Por otro lado, comencé a sentirme más en forma, en mis paseos matinales ya no había fiestas de guardar, y de los agónicos 4 km. iniciales se pasó rápidamente a los 6, los 7....e cuando arrivo a casa, ya no existe esa sensación de agotamiento de antaño, esas piernas cansadas, esas rodillas a punto de declararse en huelga por tener que soportar tanto peso. En definitiva, estaba deseando que llegara el día siguiente para volver a salir a andar, lo cual es ciertamente preocupante para un vago redomado como yo. ¿Me estaré volviendo vigoréxico?....vamos hombre, no me jodas....

viernes, 15 de noviembre de 2013

Cosas complicadas de hacer cuando estás gordo (I)

A una persona que no haya estado gorda en su vida, al menos a los niveles a los que yo he llegado, le puede costar comprender la cantidad de sencillos actos cotidianos que se convierten en un martirio cuanto tu barriga asoma más de la cuenta. Pequeñas cosas que cualquiera puede realizar, pero que se convierten en un auténtico martirio cuando estás gordo. Vamos con alguna de ellas:

Ponerse los calcetines y atarse los zapatos
Es un acto que realizamos a diario, sobre todo en los meses de más frío, que no requiere mayor esfuerzo para una persona de complexión normal, pero cuando tus mollas te limitan el movimiento, se convierten en un auténtico suplicio. Existen artilugios que te pueden ayudar en esas tareas, pero como a cabezota a uno no le gana nadie, al final se convierte en el primer ejercicio de la mañana. Y ya ni te cuento la aventura de cortarse las uñas...

Orinar en un urinario de pared
Esto puede llegar a sorprender a más de uno, pero cuando el cuerpo alcanza las cotas que alcanzó el mío, lo primero que te encuentras al bajarte la bragueta no es a tu amiga del alma, sino tu incipiente barriga cervecera. Intentar sacar tu objetivo detrás de tanta grasa acumulada es tarea de titanes, por lo que terminas recurriendo al water convencional, a la taza de toda la vida, y así poder bajarte los pantalones hasta los tobillos y orinar a gusto. Obviamente, esto se podría hacer en un urinario de pared, pero no es demasiado agradable para el resto de usuarios que pululan por un servicio de caballeros de un bar cualquiera.

Meterse en un coche
El simple movimiento de agachar tu cuerpo a la vez que una de tus piernas inicia un movimiento lateral y tu cabeza busca no dejarte los cuernos contra la carrocería de un coche, para un gordo se convierte en un complicado ejercicio de contorsionismo. Una vez posicionado en el asiento, los tirones musculares estaban en mi caso a la orden del día. Ponerte el cinturón de seguridad es también toda una odisea... Por supuesto, salir del coche era otro suplicio.

Sentarse en una terraza
La gran mayoría de las sillas que los bares ponen en sus veladores no están hechas para culos gordos, sobre todo esas incómodas metálicas con publicidad. Cada vez que se daba el caso, tenía que sentarme al límite de la silla, con medio culo fuera de la misma. Afortunadamente, ese problema es ya casi inexistente en mi caso.

Sentarse en un transporte público
Los asientos de los autobuses urbanos implican para un gordo apoyar tres cuartas partes de su culo en un asiento y el resto en el de al lado, con la consiguiente incomodidad para el osado que se siente junto a ti. Una vez trató de sentarse a mi lado en el hueco que quedaba una señora gorda. Casi nos tienen que sacar con palancas. Desde entonces, voy de pie a no ser que vaya medio vacio.

Continuará...



lunes, 11 de noviembre de 2013

El problema de la vida social

Si bien en casa no me costó demasiado esfuerzo desprenderme del saludable hábito de tomarme una cervecita de vez en cuando, hacerlo fuera, en la calle y con amigos fue otro cantar muy diferente. La primera semana permanecí herméticamente encerrado en mi casita, no me sentía preparado para compartir un botellín de agua con un montón de jarras de cerveza, pero sabía que eso era algo que no podía perdurar en el tiempo. Rechacé incluso con todo mi pesar una estupenda cena casera con buenos amigos, tan buenos que hasta llegaron a ofrecerse a cenar unas ensaladas con tal de no darme envidia, lo cual obviamente rechacé, después de agradecerles el gesto de corazón.

Pero, como decía, no iba a pasarme la vida encerrado en casa, así que al jueves siguiente, el día de la pinta en infinidad de bares, opté por hacer de tripas corazón y bajar al parque con los amigos. En la mesa de la terraza, un triste café con hielo y sacarina rodeado de copas heladas llenas de zumo de cebada. Procuré evadirme mentalmente de la situación, y al final, tras dos rondas más de cervezas para todos y agua mineral para mí, logré superar la primera prueba de fuego.

Más complicado me resultó días después el reunirme con otros amigos en mi cervecería favorita. Eso ya era otro cantar. La cerveza no paró de pasar por delante de mis morros, así como los cacahuetes y maíces, mientras aguantaba estoicamente con un botellín de agua. Las dos primeras rondas las pasé con nota, pero en la tercera se me empezó a venir el mundo abajo. Todo eran risas en las conversaciones cruzadas, mientras yo me esforzaba en no parecer un amargado deseoso de dar aunque fuera un sorbito a una pinta.

Pero el volúmen de mi cuerpo continuaba menguando, que era lo que realmente importaba. Cuatro centímetros menos de torax, cinco de cadera y tres de cintura, lo que equivaldría a un puñado de kilos menos. Y lo mejor de todo: mi cambio de aspecto era ya evidente.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Y llegó el día D...

25 de septiembre, una semana antes de
empezar el régimen
El lunes 30 de septiembre era la fecha indicada. El fin de semana anterior, a sabiendas de lo que me esperaba, me preparé unos spaghetti carbonara para comer, y me tomé unas cuantas cervezas de despedida. Sabía que iba a pasar mucho tiempo hasta que pudiera volver a repetir aquello. Rita, mi médico, me mandó por e-mail la dieta para la primera semana. Era pobre en hidratos, con bastante margen a la hora de elegir alimentos. Y eso sí, con las cinco comidas diarias reglamentarias.

Me pareció bastante asumible, sobre todo para un tipo como yo, raro entre los raros a la hora de comer, con una animadversión psicológica a las verduras, reacio a comer fruta, y poco dado a los yogures, ya sean desnatados o no. Pero me aceptó champiñones y setas como animal de compañía, lo que unido a los pimientos, el calabacín y pare usted de contar, ya teníamos verduras suficientes para la dosis diaria. Además, la fruta y los yogures estaban prohibidos esa primera semana.

Los dos primeros días fueron los más duros, pero no por la comida. La costumbre de tomarme una cervecita al mediodía y varias más por la tarde estaba total y absolutamente prohibida, ni siquiera sin alcohol, y eso fue lo que peor llevé. Aguanté estoicamente ambas tardes delante del ordenador sin probar otro líquido que no fuera agua, y ya al tercer día fue bastante más llevadero. Sinceramente, pensé que me costaría mucho más desengancharme. Como complemento a la alimentación, también empecé a salir a andar todas las mañanas. Desde ese día, mi despertador suena a las 7:15, para salir a patearme la ciudad. Empecé con 45 minutos, pero poco a poco me fui encontrando más fuerte, mis rodillas cada día tenían que soportar menos peso, y eso hizo que las sesiones se fueran alargando poco a poco. En este sentido, me ayudó mucho (o mejor dicho, me piqué con ello) la gente de El Club del Paseo, una página genial que une a cientos de personas con ganas de hacer deporte, y que elabora clasificaciones con los km. que anda cada uno, lo cual te incita a superarte.

Al cabo de la semana, llegó la hora de la verdad...No me pesé previamente (de lo cual ahora me arrepiento), pero sí me tomó medidas mi enfermera favorita, Rocío. En una semana había bajado 3 cm. de cintura y 4 de cadera. Y lo más importante, mi volúmen del resto del cuerpo iba a menos poco a poco. Ya no había marcha atrás. Había superado la primera semana, y el ver los resultados me animó a seguir.

domingo, 3 de noviembre de 2013

With a little help from my friends

Llegó un punto en el cual mi enfermedad, porque no deja de ser eso, una enfermedad, se convirtió en mi pesadilla. Salir a la calle y empezar a sudar era todo uno. Iba desechando pantalones y camisas que ya no me entraban, mientras las X que anteceden a la L se iban acumulando: 2, 3...hasta 5XL. Ese era otro problema añadido, porque, si tienes la talla 46, no tienes problema para encontrar pantalones en cualquier tienda, pero si tienes la 68 la cosa cambia. Y mucho. Apenas una cadena nacional se dignaba a tener tallas para gordos, teniendo que recurrir a tiendas especializadas por internet, pagando unos tristes vaqueros normalitos a precio de Armani.

La decisión de perder peso la tomé un fin de semana de agosto. Ese sábado tuve una cena de exalumnos del colegio, y, tras la misma, al ir a tomar copas, mi polo empezó a empaparse de sudor, lo que provocó que la vergüenza que pasé me impidiera disfrutar por completo del momento. La escena se repitió al día siguiente, domingo, cuando quedé con una gran amiga mía que había venido de Londres. La caminata de poco más de un kilómetro hasta el sitio donde habíamos quedado supuso que apareciera como si hubiera corrido la maratón. No podía seguir así.

Empecé a cuidarme por mi cuenta, quitándome las cervezas que me tomaba en casa, que eran muchas, demasiadas, comiendo menos e intentando salir a pasear todas las mañanas. Y surgió efecto, ya que en pocos días tuve que correr el cinturón dos agujeros. Pero sabía que solo no lo podría conseguir. Y fue gracias a las redes sociales como contactó conmigo una médico y además buena amiga mía, Rita, que ejerce su profesión en Las Palmas, y se ofreció a elaborarme un plan de adelgazamiento. Dado que las fiestas de San Mateo estaban próximas, decidimos comenzar una vez pasadas las mismas. Mientras tanto, y gracias a una venita de la pierna que le dió por sangrar a chorro a reacción, contacté con otra buena amiga, Rocío, enfermera ella, que se ofreció a controlarme in situ. Entre los tres, nos propusimos sacar esto adelante.