martes, 27 de septiembre de 2016

Pero cómo te has puesto...otra vez

Semana 0
Peso: 161,2 kg.

Retomo este blog más de un año después, en un punto en el que no me hubiera gustado hacerlo. Hace ahora tres años, justo por estas fechas, comenzaba una aventura incierta, un paseo por lo desconocido, tratando de perder la ingente cantidad de kilos que se desparramaban por mi cuerpo.  Pronto descubriría que el régimen que me había puesto mi médico y amiga Rita, y la inestimable ayuda tanto médica como psicológica de mi enfermera y amiga Rocío funcionaba a las mil maravillas. Un año después, mis 180 kilos iniciales se habían convertido en 114. Volví a hacer deporte, a jugar al pádel, a correr...

Pero tenía otra gran carga a mis espaldas: el tabaco. Comencé a fumar a los 13 años, y en los últimos tiempos pasaba ampliamente de las dos cajetillas diarias lo que me metía en mis pulmones. Pero si había sido capaz de perder 65 kilos...porqué no iba a ser capaz de dejar de fumar? El 12 de octubre de 2014 encendí mi último cigarrillo. Ni siquiera lo apuré, y me fui a la cama sabiendo que había dejado de fumar.

Hoy, casi dos años después, y con dos fantásticos logros conseguidos, me enfrento a un tercero ya conocido. Al principio lo atribuía al dejar de fumar. Todo el mundo engorda cuando lo hace. Pero obviamente todo en esta vida tiene un límite, y la ansiedad producida por la falta de nicotina enseguida pasó a ser historia. Mientras mantuve mi puesto de trabajo todo fue más o menos bien. Al fin y al cabo son ocho horas en las que ni comes ni bebes cervezas, pero cuando en enero me dieron la patada en el trasero todo se aceleró.

La ansiedad, los nervios, la tristeza, el cabreo, la angustia derivada de quedarme en la calle llamando a las puertas de la cincuentena, todo eso que antes paliaba con un cigarrillo, ahora lo intentaba con comida, y, sobre todo, bebida. Cerveza, mucha cerveza. Demasiada a veces. Pasé por una etapa emocionalmente muy mala, veía como mi ropa dejaba de entrarme con comodidad, para ir acumulándose en el armario en espera de tiempos mejores, mientras tenía que recurrir a otras prendas ya olvidadas de aquellos años de oronda figura. Afortunadamente contaba y cuento con el maravilloso apoyo de Rocío, que ha dejado casi a un lado sus fantásticas dotes de enfermera para ejercer más como psicóloga, actuando como freno a mis impulsos. Sin ella probablemente ahora habría superado ampliamente mi peso de hace tres años.

Me autoengañaba a mi mismo, pensando que lo tenía todo controlado. "La ropa me sigue entrando" - pensaba - Pero el botón del pantalón cada vez apretaba más. Dejé de pesarme semanalmente, hasta que  me empujaron con todo el cariño para que volviera a hacerlo. Aquel día de mayo fueron 155 kilos los que dí en la báscula. Una tremenda bofetada de realidad. Durante unas semanas estuve cuidándome a mi manera, sin privarme de las cervecitas con los amigos, y de una buena comida de vez en cuando, y controlé bastante bien mi peso. No bajaba demasiado pero no subía. Pero llegó el verano, llegaron los agobios, llegó la vergüenza de ponerte en bañador en la piscina, llegó el ver a los demás disfrutar mientras tú contabas los días que quedaban para ir a sellar la tarjeta del paro...y volví a caer en la ansiedad, no se si hasta en ocasiones en depresión.

No fue hasta hace un mes, a finales de agosto, cuando decidí coger al toro nuevamente por los cuernos. Me fijé una fecha, como la otra vez, procurando repetir todos los pasos que me llevaron al éxito aquella ocasión. Mismo día simbólico: primer día después de los Sanmateos. Hoy no ha sido una bofetada de realidad cuando he pasado por la farmacia a pesarme, ha sido un hostión en toda regla. Pero da igual. Es una cifra, es un punto de partida. Da igual que sea uno u otro, el objetivo es el mismo: perder muchos kilos. Y en eso estamos.